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El rebuzno
© 2018 Luis Miguel Urrechu
En junio de 2004 Tim Cope partió en un viaje de 10.000 kilometros desde Mongolia a Hungría a Caballo. Su objetivo era seguir los pasos de Genghis Khan de Mogolia a Opusztaszer, al sur de Budapest.
ELOGIO DEL REBUZNO
Ille ego, qui quondam gracili modulatus avena
Carmen, et egressus silvis, Vicina coegi,
Ut quamvis avido parerent arba Colono,
Gratum opus agricolis: at nunc horrentia martis
Arma, virumque cano…
Virgilio. Eneida. I.
Yo que a la sombra de un pesebre limpio canté aliquando con asnífluo acento honras del asno, y enseñara al hombre lo que vale un buen asno en todo tiempo, (obra bien útil a la humana raza), el rebuzno cantar ahora pretendo. Ese grito o clamor tan resonante, que retumba en los valles y en los cerros; y en las calles, las cuadras y corrales infunde a veces a los hombres miedo.
¡Tú, oh Musa! protectora de rebuznos, indícame los medios verdaderos de acertar en materia tan sublime: inspírame otra vez sonoros versos.
Oh tú rebuzno asnal tan motejado, ¡Qué de grandes servicios llevas hechos! Tantos han sido, tales, tan famosos, que en mi lira cantarlos también debo ensalzar de los asnos el rebuzno en heroicos pollinares metros.
Estaba reservado, ¡oh gloria mía! tan solamente a mi asnino plectro. Yo haré, sí, que los ecos rebuznantes de los asnos alcancen hasta el cielo, y que los hombres, admirados, digan: ¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!
Bien sé yo que los hombres lo motejan. Yo bien sé que lo tienen en desprecio, ¡Mas cuantos a un rebuzno son deudores de gracias, de victorias y aun de cetros! Si no basta que afirme yo este punto, bastará comprobarlo con ejemplos que la historia, mi guía, nos presenta del valor del rebuzno. Principiemos.
Se ha, ante todas cosas el rebuzno, de definir según reglas, con sus pelos, y señales también, manifestando lo que es rebuzno… Pero ¿a que si es cierto que nadie hay en el mundo, chico o grande, anciano, mozo, noble ni plebeyo, cura ni fraile, sacristán, paisano, militar, cortesano, blanco o negro, que no sepa muy bien lo que es rebuzno?
Sin embargo, no venga alguno luego diciendo que me meto con descaro a tratar de materias que no entiendo, bueno será explicar en cierto modo qué cosa es rebuznar. Lean atentos, y verán que tratando de rebuznos un Santo Padre apellidarme puedo. Mas antes que mi ciencia rebuznante a desplegar me ponga como debo, haré una observación bien poco grata: Amicus Plato, y la verdad primero.
¿Quién podrá concebir que una Academia de sabios literatos; que ese cuerpo que ilustra a la nación en el lenguaje, qué cosa es un rebuzno no supieron?
Voz o sonido bronco, le definen, y bien desapacible, que el jumento forma con altos y con bajos fuertes, y que son diferentes, añadiendo. Perdone la Academia si en rebuznos una lección a darle yo me atrevo, definiendo el rebuzno exactamente cual debe definirse, en mi concepto. No extrañe mi osadía, que en rebuznos desde tejas abajo a nadie cedo.
Alza el asno su cuello con gran garbo: separa sus dos bezos, descubriendo dos hermosas carreras, alta y baja, de dientes blancos, puros, limpios, tersos. Abriendo bien su boca, los pulmones hacia arriba le impelen cierto viento; y este viento impelido con gran fuerza, y resonante en pavorosos ecos. Ese es pues el rebuzno justamente. ¡Gracias a Dios que el rebuznar sabemos!
Definido el rebuzno, y dada idea de lo que es rebuznar a lo jumento, aclarar falta ahora otras cosillas esenciales y propias de este objeto. Muchos pueblos del orbe he recorrido, y en todos, los efectos advirtiendo del rebuzno del asno; y del conjunto de mis observaciones claro infiero, que el rebuzno asnino casi casi en todas partes viene a ser lo mismo. Los asnos alemanes, los prusianos, los asnos holandeses, los suecos, los asnos de la Francia, los ingleses, los asnos de la Rusia, turcos, griegos, los asnos de la Italia, los suizos, los asnos lusitanos, los iberos, en la Europa feliz. Los mejicanos, los anglo-americanos, caraqueños, los de Chile, Perú, la Plata, Habana, y brasileños en el Mundo-Nuevo. Todos, todos rebuznan igualmente sin diferencia alguna en sus acentos, y sin que en el rebuzno nada influya el ser el asno rucio, blanco o negro.
En todas partes asno que es buen asno sabe bien rebuznar; rebuzna recio. (Y aventajan al hombre en este punto los asnos. Su lenguaje verdadero siendo el rebuzno, el asno castellano entenderá a los asnos extranjeros.) Si alguna diferencia se notare en rebuznar, está en el más o menos (Quod non mutat speciem, según dice de Aristóteles sabio el claustro pleno) de lo sonoro del clamor o grito, por ser el asno grande, chico, enfermo. Mas rebuznar… No hay duda, no he hallado asnos mudos, como hombres visto tengo que hablar no pueden, o que se condenen, mientras vivieren, a un silencio eterno. Ni conozco pasajes de la historia en que de Mutis asinis ejemplos se citen. No. Los asnos todos, todos rebuznan; y yo afirmo que es un hecho.
Y es muy justo también que yo aquí exprese otro elogio sublime en honor nuestro: Que igual a nuestros asnos no hay ninguno allá en mi Asnal Apología pruebo. Consecuencia es forzosa que en rebuznos a todos los demás aventajemos. Y no haya duda en ello: es muy seguro que los rebuznos de los asnos nuestros aventajan en mucho a cuantos asnos habitan en países extranjeros. La razón es sencilla, inteligible; y véase si no: Sic argumentor. Cuanto más fuerte y grande fuere el asno, mayor es su rebuzno y más selecto: Sed sic est que los asnos españoles son los más grandes, fuertes y estupendos. Ergo los asnos nuestros en rebuznos ganarán a los asnos de otros reinos.
Yo no diré cuál sea del rebuzno el sonido más propio, más perfecto; ni tampoco imitarle yo podría. Mas diré que conozco autor tudesco que quiere de rebuznos dar lecciones a los niños que enseña, previniendo muy grave que ¡Jinjam! ¡Jinjam! clarito en el rebuzno gritan los jumentos.
No faltará tampoco quien espere le diga yo de fijo y sin rodeos, de cuántas partes el asnal rebuzno, de cuántos tonos o de cuántos tiempos se compone. Bien dicho: este es un punto muy esencial y digno de saberlo. ¡Qué multitud de observaciones hechas en tonos rebuznales no conservo! En seis años seguidos, día y noche, en asnos plateados, blancos, negros, no he cesado de hacer observaciones, contando en sus rebuznos por los dedos las veces, o los tiempos o los tonos en que da su rebuzno un asno bueno. ¿Y en limpio qué he sacado? Casi nada: muy problemático, indeciso e incierto este punto tan grave permanece. No puedo resolverlo; lo confieso. Solo sé que hay rebuznos de ocho tonos, de diez, de doce, de veintiuno y medio; pues según sea el asno que lo exhala, según esté salido o bien hambriento, así suele apretar en los rebuznos uno, dos, tres y cuatro, cinco; y veo que a veces son más fuertes los segundos. Otras también se advierte que el primero, y en muchas que al tercero, cuarto y quinto. También no pocas que al llegar al sexto. Allí aprieta el buen asno, allí se esmera en sus altos y bajos con esfuerzo; y en general diré que no hay rebuzno en que falten quebrados o haya medios; pues el último tono de un rebuzno suele ser por falsete, un poco quedo.
Y si alguno dijere: «Usted que sabe tanto de rebuznar, y tal talento nos despliega en la ciencia de los asnos, ¿Se sabe de seguro si hay remedio para hacer que los asnos no rebuznen?» Le diré: Señor mío, con un peso o una maza que al rabo se les ponga se evita que rebuznen los jumentos. Pero siendo este punto delicado, y aun caso de conciencia, decir debo que me fundo en rumores de las gentes; que por mi parte tal experimento de mazas o de pesos en los rabos no he probado jamás; y así del hecho no salgo fiador; y aun me parece conveniente advertir al hombre cuerdo, que en puntos de esta clase bueno fuera ligeramente no prestar asenso hasta haber por sí mismo hecho la prueba, no sólo en uno, dos o tres jumentos, sino en muchos y en tiempos diferentes, y en climas variados, bien diversos.
¡Quién sabe si los asnos de la Francia, y también los de Italia, con el peso en el rabo, pudieran todavía dar sus sendos rebuznos, aturdiendo las Cámaras, el cónclave, y que acaso los de España no puedan esto mismo! Este caso merece investigarse. Yo dejo a otros autores más expertos en punto de rebuznos que lo aclaren. Por mi parte confieso que no puedo, ni tampoco Aldrovando, que pregunta de grande admiración y asombro lleno: «¿Quién diablos la razón inquirir puede de esa rareza que en los asnos vemos, que poniéndole al rabo alguna piedra ya no puede exhalar el menor eco?»
¿Por qué rebuzna el asno? dirá alguno. El hambre y el amor, dicen expreso autores ya citados en su elogio, a rebuznar obligan al jumento. Si es verdad o problema, que lo sea. Yo cumplo mi deber, citando el texto, sin meterme en honduras ni dibujos, porque al cabo y al fin no importa un bledo. Mas doy gracias a Dios de que los hombres con hambre o con amor sufrimos quedos, sin dar gritos ni voces; de otro modo seríamos perdidos sin remedio. Sin embargo, por Job probarse puede que el hambre es la que obliga a los jumentos a rebuznar. Se verá más adelante si esta sospecha es justa, o ahí yo yerro.
Político no fuera ni prudente decidir qué provincia de estos reinos en punto de rebuznos sobresale y merece la palma o mayor premio. Así como notamos que sucede en relaciones de combates fieros, que el general no quiere ajar a unos, a otros elogiando; así diremos, que los asnos de España, todos, todos, en sus rebuznos, dignos de sí mismos se muestran rebuznando, y a porfía. Mas sin embargo, por conciencia debo declarar que el rebuzno más famoso que en mis apuntes anotado tengo, pasó de veinte tonos o compases, todos fuertes, sonoros, muy tremendos. Y no era el asno un asno castellano, andaluz o extremeño. Era gallego. Y en esta escala de sonidos fuertes los varios sostenidos no los cuento.
Y si acaso algún crítico dijere: «¡A qué nos viene ahora este mostrenco con hacer el elogio del rebuzno! ¿Es digno de un elogio tal objeto?» Yo le diré: señor Don Ponefaltas, ya he dicho y lo repito, que en los templos a gentes de copete tengo oído elogios muy pomposos y muy serios, con frases escogidas; todo, todo en honor, en loor, gloria y provecho de varias criaturas que no valen ni la mitad siquiera que un jumento. Y extrañarán que yo a mi vez elogie ¡Y grito de animal de tanto aprecio! Ni quiero aquí tampoco hacer la historia de dos fuertes partidos muy tremendos, que el pro y contra defienden de los asnos con el mayor tesón y fuerte empeño. Anti-asinistas llamados los segundos, los archi-borriquistas, los primeros; pues parece excusado, cuando trato tan sólo del rebuzno puro y neto.
Tampoco faltará quien me pregunte, ¿Qué influjo puede haber o qué misterio en que rebuzne un asno comúnmente cuándo oye rebuznar a un compañero? Es digno de inquirir la analogía que pudiera encontrarse entre el bostezo de humana especie, y el cantar del gallo, y además del rebuzno del jumento. rebuznan los borricos al instante a otros borricos rebuznar oyendo. Canta un gallo… comienza ya pues otro, y contesta cantando en el momento. Principia a bostezar una persona… a las otras imitan su bostezo. No haya duda: se encierra algún arcano entre los hombres, gallos y jumentos; mucho más si se advierte que en potencia émulos todos tres lo son y fueron.
Ya después de tratados estos puntos como preliminares de mi objeto, lo que vale un rebuzno es lo que importa comprobar dignamente, y lo compruebo. ¡Diganlo los escitas, los egipcios, lo que vale un rebuzno dado a tiempo! Pues por él los segundos gran victoria de los primeros dicen que consiguieron al Egipto salvando; y que el contrario en fuga vergonzosa se vio puesto. Y no lo digo yo, que lo refiere un autor fidedigno y de concepto. No se crea que invento ni que engaño. Nada de eso; Herodoto es mi maestro.
Parten, pues, los escitas confiados en que llevan caballos muy soberbios, a hacer la guerra contra los egipcios. Les presentaron estos de jumentos y mulos escuadrones formidables. Frente del uno el otro, y ya dispuestos el choque empieza. ¡Guerra! ¡Guerra! ¡Al arma! Hétele, pues, los asnos aturdiendo con su rebuzno retumbante el aire. Los caballos escitas no están hechos al rumor asnino. Se consternan. Huyen precipitados como ciervos. Dejan a los egipcios libre el campo, y el rebuzno bendicen, salvamento de su honor, de su patria, de su vida; debiendo a los rebuznos los trofeos. Todo el Egipto aplaude y vitorea. Que vivan los rebuznos era el eco que en aldeas, en villas y en ciudades se oyera resonar; y el Nilo, el cuello alzando gravemente, toma parte en estos regocijos de los pueblos. Y por todo el país se repetía: «¡Lo que vale un buen rebuzno dado a tiempo!»
¡Quién creyera que los gigantes mismos, aquellos que soberbios pretendieron escalar las regiones celestiales, de pánico terror y miedo llenos por el rebuzno de los asnos ceden y son vencidos!… Cómo fue el suceso referir es preciso, no se piense que ando yo con embustes ni embelecos. Júpiter mismo, el padre de los dioses, tiene que agradecer al asnal eco en la lid tan temible que emprendiera a cantazos y rayos en el cielo, contra aquellos gigantes espantosos que quitarle quisieron el imperio. ¿Qué hace? Va y coge, y a los otros dioses pide pronto socorro contra aquellos. Su contingente cada Dios le envía. En asnos bien montados acudieron los sátiros valientes y bizarros. Los silvanos también en sus jumentos, y diferentes dioses en borricos… Como Vulcano y Baco con Sileno, a la batalla vienen… Ya va a darse… Ya desgajan los árboles más gruesos aquellos gigantones presumidos… Ya desquician los montes y los cerros… A arrojarlos ya van… Jove vacila… El combate va a ser el más sangriento… La tierra se estremece, el cielo tiembla… Cuando… los asnos un rebuzno dieron. Y étele a los gigantes aturdidos y como gamos por el campo huyendo.
Aquí cae Efialtes, allí Eurito; por acá Polibetes da un tropiezo; por allá se resbala Teodamo; acullá va rodando Colofemo; sus cincuenta cabezas y cien manos no salvan a Egeon; ni a Tifoeo, a pesar que sus manos a los polos tocan, y su cabeza llega al cielo; y al fiero Briareo, encadenado, el Etna le pusieran por sombrero. Y el mismo furibundo de Encelado, aunque en valor excede a todos ellos, no puede resistir; con los titanes arrojado se viera a los infiernos. Títere con cabeza no quedara. Cual densa niebla que disipa Febo al herir con sus rayos penetrantes la nebulosa atmósfera, así vemos disipar el rebuzno a los gigantes; ni rastro ni reliquia queda de ellos. Todos yacen en tierra o fugitivos.
¿Y todo a quien se debe?… A los jumentos. A su rebuzno se le debe todo. ¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo! A no haber, pues, los asnos rebuznado, dónde parara de Júpiter el cetro? Sin el clamor asnal, el pobre Jove quedaba destronado, hecho un ciruelo.
Entonces, este Dios ya victorioso al rebuzno del asno agradeciendo el dominio y el cetro que tenía por legitimidad de sus abuelos, mostrarse quiso generoso y noble. Dijo con gratitud: «Pues ahora en premio elevar hasta el cielo quiero al asno. Haya asnos en el cielo.» Dicho y hecho. Y todo aquel que sabe astronomía indica a punto fijo el sitio o puesto en que el asno se encuentra; y un pesebre tienen allí los asnos. Vaya a verlo quien creerme no quiera. Por mi parte, yo de tejas arriba, lo confieso, ni una jota que entiendo, ni de estrellas; mas de tejas abajo y de jumentos a nadie voy en zaga. Mis estudios han sido muchos, buenos, graves, serios; y en esta materia rebuznante despunta de tal modo mi talento, que sin jactancia, a mi modestia pese, quince y falta al más guapo darle puedo.
Hay autores muy graves que aseguran, deberse todo al asno de Sileno, y también al de Baco y de Vulcano, que dicen que rebuznaron con esfuerzo. El que tal o tal asno hubiese sido, ni a afirmar ni a negar nos atrevemos. Pero al fin los rebuznos fueron causa de triunfos tan grandes y estupendos.
Que nos refieran los ambraciotas lo que vale un rebuzno dado a tiempo. Encuentro en Aldrobando que a una burra a la husma le andaba un gran jumento hecho un demonio en cierta noche oscura. La busca, y con rebuznos muy tremendos aterra a los molosos, que al instante piensan abandonar su campamento. Lo saben sus contrarios. Los atacan; y en derrota y en fuga los pusieron, debiendo este triunfo inesperado a un Rebuzno muy fuerte. Así lo leo en el citado autor, y éste se apoya en Pausanias, el cual refiere el hecho. Y los ambraciotas exclamaban: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!»
El bélico clamor de los borricos, es decir, el rebuzno, otros portentos ha causado en el orbe, si no mienten autores que refieren varios hechos. Uno dice que a Marte sacrificios se solían hacer de los jumentos, a causa del rebuzno, apellidado el bélico clamor, según el texto. Y el rebuzno será ya todavía blanco de mil sarcasmos, ¡Santos cielos!…
Los busiritas y licopolitas, pueblos que en el Egipto recibieron del rebuzno del asno graves daños, dicen que mandaron por decreto expreso no tocar ciertas flautas, semejantes, en el sonido bronco y vocinglero, al rebuzno del asno, pues el diablo los llevaba al oír tal instrumento, como a mí me lleva ahora solamente por saber el mal gusto de estos pueblos.
Estos ejemplos muestran bien clarito el valor de un rebuzno. También vemos que ese grito o clamor tan ruidoso sus favores extiende hasta los cielos. Júpiter al rebuzno todo debe, rayos, cetro, corona, trono, imperio, y el seguir a los dioses dominando según lo que expresado arriba dejo. Pues Vesta, hermana suya, nunca olvida ¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!
Dicen que hubo un diosecillo muy potente, que por dios de Lampsaco conocemos, que es un diablo de Dios o un Dios del diablo. Un Dios endemoniado, muy travieso, que a las niñas asombra, mas no espanta, y que a Vesta seguía con intento de saber a qué saben estas diosas.
Yacía Vesta en un profundo sueño, yo no sé si en los campos o en la alcoba (pues los dioses son brujos o hechiceros que oculta y fácilmente se introducen por donde quieren). Mi dios con gran silencio callandito va andando y lentamente. (No es menester se diga con qué objeto). Atisba el sitio donde está la diosa. Ecce Corina dormit. ¡Qué buen pienso va a darse nuestro Dios!… Ya se relame… Ya se acerca. Ya llega… ¡Oh qué momento! Cuando ya va de Vesta a apoderarse pega un asno un rebuzno; y tan tremendo, que por fortuna despertó la diosa, dando chasco y buen chasco al diosezuelo. Confuso y aturdido se retira. Vota, y reniega y hace juramento de vengarse del asno en cuanto pueda. Mas Vesta, libre ya de tanto riesgo, el rebuzno bendice que la salva de verse apriapada sin quererlo.
Mas como en todos tiempos hemos visto delatores infames y perversos que a la calumnia apelan por vengarse, formando juicios de los más siniestros, o levantando falsos testimonios y haciéndonos creer lo blanco negro, también dijeron lenguas viperinas que la diosa mostró gran sentimiento, y al asno maldecía. Sin embargo, a la opinión primera yo me atengo. En puntos delicados siempre, siempre se atiene a lo mejor el hombre cuerdo. Yo no sé si otras Vestas luego ha habido que se hayan encontrado en tal aprieto, tanta dicha logrando que un rebuzno las sacase con bien, salvas de un riesgo; y que puedan decir como esta diosa: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!»
Toda la corte celestial de dioses, de diosas, semidioses, que supieron este chasco, riendo repetían: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo! Pues Príapo esta vez, gracias al asno, tan sólo consiguió chuparse el dedo. Y tengo mis barruntos que el tal lance fue causa de aquel odio que tuvieron el asno y este dios, y del combate descomunal y tan terrible y fiero en que estos dos atletas tan potentes tanto ardor emplearon, tanto esfuerzo. Hasta que al fin la suerte hizo quedara en el combate muerto el uno de ellos.
¿Qué diremos de aquellos sacerdotes hipócritas, obscenos, embusteros, y que su bien le fundan solamente en engañar y alucinar el pueblo? Yo no hablo de los nuestros: sólo trato de antiguos sacerdotes que en sus templos la diosa Siria tuvo. ¡Qué bribones! Contaremos el lance cual expreso lo cuenta Pellicer en una nota al D. Quijote, que a la vista tengo.
Allá en tiempos de antaño, ciertos mozos por casas y mesones anduvieron buscando un asno que perdido habían. Hallábase allí entonces Apuleyo, en asno trasformado, en cierta casa donde los sacerdotes se metieron a cometer acciones bien obscenas. Y Apuleyo cual asno pretendiendo avisar a la gente, un gran rebuzno a dar se apresurara, prorrumpiendo en ¡Oh romanos!, pero al fin no pudo pronunciar la palabra; y prosiguiendo en la O de su rebuzno, y atronando con él a todo el barrio, allí acudieron los mozos que el borrico habían perdido, seguros casi del feliz encuentro, y de exclamar cual otros muy alegres: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!» Y de este modo a aquellos sacerdotes infraganti al momento sorprendieron. Y en vez de hallar un asno ya perdido, una gavilla de hipócritas cogieron, quienes sin duda entonces exclamaron: «¡Qué malo es rebuznar fuera de tiempo!»
Además, si el rebuzno fuera un grito tan despreciable como muchos necios suponerle han querido, ¿hombres habría que del rebuzno una aria hubiesen hecho? ¡Esta sí que es razón, y convincente! Y que existe tal aria es hecho cierto. Los músicos la tocan; los cantores la entonan con gran gusto y con esmero; y los que el aria rebuznar oímos, la oímos con placer, tan satisfechos, que envidia el rebuznar nos ocasiona, deseando aprender desde el momento a rebuznar con reglas y mesura, del modo que lo enseñan los maestros cuadrúpedos tan diestros en rebuznos; y algunos van haciendo mil progresos.
¿Dejárame mentir tampoco Sancho, ese buen Sancho, eterno compañero de un asno cuya fama se ha extendido, y con razón, en ambos hemisferios? ¿Quién no sabe la dicha que le atrajo un rebuzno que diera su jumento? La historia bien clarito nos lo dice. Don Quijote al buen Sancho como muerto le tuvo en aquel lance, cuando éste, saliendo con su Rucio del gobierno, cayera en una sima, do yacía en vida sepultado, y ya creyendo que jamás escaparía del peligro. Lo oyó D. Quijote sus lamentos. Que sea un alma en pena no lo cree. Jura Sancho que él era su escudero. Siempre tenaz, el amo Vacilaba. Le ofrece paternoster, salves, credos, y misas y rosarios, por juzgarle que ya en el Purgatorio está sufriendo, para sacarle de sus duras penas. ¡Voto a tal!, al punto respondieron, que soy Sancho que vivo todavía. Anoche aquí he caído; y es tan cierto, que el Rucio está conmigo; y que él lo diga. Mentir no ha de dejarme; no lo espero.
Estas voces apenas pronunciadas, cuando el Rucio, parece que entendiendo las razones de Sancho, un gran rebuzno empieza a dar en tono tan horrendo, que la cueva retumba; y D. Quijote le dice ya animoso y muy contento: «Es famoso testigo ese rebuzno, que conozco muy bien cual si yo mismo le pariera. No dudo, Sancho amigo; ya caí de mi burro; ya te creo. Aguárdate, buen Sancho, aguarda un poco; Me iré a buscar gente; al punto vuelvo.» Se marcha D. Quijote. Vienen gentes con él; y a Sancho libran de aquel riesgo. Y los dos con el duque, la duquesa, las dueñas todas y el palacio entero, al asno dando gracias exclamaban: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!»
Y citar no conviene en este punto de aquellos dos alcaldes el suceso, de que trata Cervantes, porque al cabo en balde rebuznaron, aunque el texto lo contrario nos diga; pues el asno es verdad que apareció; pero ya muerto. No quiero de esto hablar, ni al caso viene para nuestro rebuzno, pues mi intento alegar es tan solo los rebuznos que al mundo produjeron buen efecto; y este de los alcaldes, ni a ellos mismos buen efecto produjo, ni a su pueblo.
Por lo mismo tampoco es conveniente menear del buen Sancho aquí los huesos, bien molidos a causa de un rebuzno que en hora mala dio, tan indiscreto, que fue la soga en casa del ahorcado mentar incauto, como advierte cuerdo el loco D. Quijote en este lance del rebuzno que diera su escudero. Y el buen Sancho diría tristemente: «¡Qué malo es rebuznar fuera de tiempo!»
Y ya que de rebuznos y de alcaldes sin sentir ha venido este recuerdo, ni saber de qué modo o qué manera se me ofrece también un pensamiento. Yo nunca he sido regidor ni alcalde, tampoco sé qué son ayuntamientos. Canónigo ni fraile nunca he sido. Así pues de cabildos nada entiendo, ni menos de capítulos sé nada; ni de estrados de jueces, de supremos tribunales o cosas semejantes, ni jamás he asistido a algún secreto consistorio de graves Cardenales, y menos todavía a los congresos que la Europa por moda ha introducido. En todos estos puntos soy muy lerdo. Pero si no me engaña mi memoria (que es harto frágil) entendido tengo, que en toda junta de hombres celebrada, nunca suele faltar algún sujeto de quien digan los otros: «¡Qué rebuzno nos acaba de dar el compañero!»
Y añaden suceder no pocas veces que el rebuzno decide. El tío Camueso por un rebuzno se halla ya de alcalde. Por un Rebuzno prior de un gran convento se encuentra el Padre Juan. Por un rebuzno los canónigos causan un incendio. ¡Por un Rebuzno cuántos inocentes a presidio habrán ido como reos! ¡Cuántos por un rebuzno habrán perdido o ganado tiaras o capelos! ¡Qué de reinos, provincias o países deberán a un rebuzno otro gobierno!
Todo ello podrá ser, mas no aseguro que lo sea. Eso no; pues yo en estos rebuznos de los hombres soy muy tonto, y en rebuznos asnales muy maestro. Con su pan se lo coman, si los hombres rebuznaren también como Jumentos.
Que algunos hombres hayan rebuznado, y aun dioses, yo lo afirmo como un hecho; porque sé que la historia, que es mi guía, me ofrece aquí y allá varios ejemplos. ¿Quién no sabe de Caco las maldades, de ese ladrón de Caco los enredos? ¿Quién ignora de Alcides los trabajos, las insignes proezas y portentos? ¿Y que con su porra al monstruo, Caco le hiciera una tortilla su cerebro? Pues bien, Caco, ese Caco formidable, dicen que ha rebuznado, y yo lo creo. En su Eneida Virgilio nos lo afirma, y para mí Virgilio es un buen texto.
Las mujeres también algunas veces rebuznar han solido, siendo cierto lo que un autor de antaño nos ha dicho. Si Rebuznan ahora en nuestros tiempos, no lo sé de seguro. Mas veamos lo que dice este autor al bello sexo en el Arte de amar, libro que todos aprendemos muy bien aun sin leerlo. Ovidio, a las muchachas al reírse, les da caritativo el buen consejo de evitar que sus risas se aparezcan al rebuzno del asno; y yo sospecho que Ovidio de rebuznos no entendía. Si algo hubiese entendido el majadero ¿Cómo idea tan mala del rebuzno habría presentado en punto serio como es el de reírse las mozuelas si quieren atrapar a los mozuelos?
Hasta la Biblia de rebuznos trata, y Job decir podrá si acaso miento, pues que nos dice: ¿Por ventura el asno rebuzna cuando tiene listo el pienso?
Entre autores profanos también hallo algunos muy famosos que escribieron algo de rebuznar. Ya de Virgilio y de Ovidio citados dejo textos. Otros hay de gran fama; por ahora citaré solo a Persio y a Apuleyo.
Yo bien sé que habrá lenguas viperinas que al leer del rebuzno tanto y bueno, contra mí, de furor arrebatadas, prorrumpirán al punto en mil dicterios, y dirán: «¿Es posible que los hombres jamás hayan querido ni por pienso rebuznar, ni tampoco del rebuzno hubiesen hecho caso? Atrevimiento sin igual es decir que rebuznamos, o que al rebuzno se ha tenido afecto.» Poco a poco, diré yo a tales gentes, ¡Tantas iras encierran vuestros pechos! Narrator tantum sum; jamás invento. Cuanto aquí llevo dicho, yo lo he oído. La historia lo refiere, yo lo arreglo. El orden solamente es obra mía. Guarden pues su furor para otro intento.
Mas oigan y sabrán lo que no saben esos tontos, forrados en lo mismo, para vergüenza eterna de sí mismos, y tendrán al rebuzno más respeto. Ni me digan que cito las ficciones fabulosas antiguas de los griegos, de dioses, semidioses y la turba de la mitología y de sus cuentos. O que al famoso Nilo me trasporto, y embustes y patrañas desentierro. O bien que apelo a vagos dicharachos que a mi modo muy bien por los cabellos los traigo y los encajo con la mira de embaucar a cuatro majaderos. Ni esta objeción pueril ha de eximirlos de confesarme aquí (si son ingenuos) que un rebuzno bien dado vale mucho; que el hombre a los rebuznos tuvo aprecio.
Aun suponiendo que la historia antigua fuera solo ficción y puro enredo, al menos la moderna ha de creerse. Pues bien… a la moderna, a ésta apelo. Se sabe, sí, por ésta que allá antaño (cuidado que la fecha no está lejos) en Francia los rebuznos se apreciaban, de modo que se oía hasta en los templos rebuznar a los fieles mas piadosos, después de rebuznar también el clero.
El asno de Verona es conocido, asno bien portentoso, que a pie seco vino de Palestina sobre el agua, y a Verona llegó no sé en qué tiempo, tan seco y tan enjuto como anduvo sobre el mar eritreo el de Sileno. Acogida le dan luego los frailes, pues que diz que por cierto el tal jumento allá en Jerusalén llevara a Cristo al entrar triunfante en aquel pueblo.
Con grande devoción la asnal reliquia los buenos frailecitos recogieron, calculando que un asno tan extraño puede ser un tesoro, un rico censo. Y no, no se engañaron, pues los fieles con entusiasmo al asno forastero le veneran del modo más piadoso, y los frailes ganaban mucho en ello. Quién para el asno daba treinta misas; quién ofrecía para su convento a la hora de la muerte (siempre fijo en el tal asno su primer recuerdo) Ya la casa, el molino, bosque o prado; ya algún mueble de precio, alhaja o huerto. O bien haciendo fundaciones pías, que manantial inagotable fueron de bienes a los frailes, que trataban al asno agradecidos con respeto, suma veneración y grandes fiestas, le hacen procesiones muy pomposas. Y el asno de Verona fue un portento.
Del buen animalito la memoria honran después en Francia con festejos. Dedícanle una misa muy solemne lamada así, La misa del Jumento o del asno. Un francés nos lo refiere, que ni añado ni quito nada en eso. En la tal misa, cuando el cura al Ite Missa est ya llegaba, al pueblo vuelto en rebuznos horrendos prorrumpía, y en horrendos rebuznos el pueblo contestaba a su vez, la iglesia toda con rebuznos horrendos aturdiendo. ¡Allí era el rebuznar!… Allí el ver era en mujeres, en niños, mozos, viejos, la emulación, el ansia, la presura de elevar sus rebuznos hasta el cielo, imitando a los asnos con jactancia, y a su cura tomando por modelo, que el rebuzno tres veces repetía del modo más solemne y circunspecto.
¡Con qué piedad aquí la buena vieja se desgañita en rebuznar bien recio! ¡Qué devoción, allá, mostraba grave rebuznando un anciano con esfuerzo! Acullá las devotas compungidas en rebuznar se esmeran con estruendo. Mas allá los devotos prosternados rebuznan Y rebuznan con esmero. Y era tanto el placer con que el rebuzno exhalaban, tal era su contento, que al más indiferente le excitara gana de Rebuznar con santo celo. Esto pasaba en Francia, si no miente la historia que me guía, sigo y creo.
No añaden los anales que allí hubiera escuelas de rebuznos; ni sabemos de autor grande ni chico que haya escrito de Arte Rebuznatoria, ni yo pienso que jamás de rebuznos existiese academia ninguna en ningún tiempo, y mucho menos universidades, seminarios, colegios o conventos, en que hubiese sujetos destinados, ni cátedras dotadas a este efecto; y que si en Francia antaño rebuznaron, fue por uso, por moda y sin maestros; a no ser que por tal quieran tenerse los curas rebuznantes en los templos.
Y si alguno dijere haber escuelas en que de rebuznar se den preceptos, Anathema sit illi incontinenti. Y añadir por mi parte también debo: «Voto a tal, que miente el tal bellaco, que ni ha habido ni habrá ningún gobierno que de rebuznar cátedras permita. Al que diga que miento, aquí le reto.»
Y volviendo al asunto: que los hombres rebuznaron (y bien) probado dejo. Mas repetir es fuerza, que Narrator, Nullatenus inventor, fueram ego. Digan pues los incrédulos o ilusos que niegan que los hombres grande aprecio al rebuzno del asno hayan tenido, ¿Cuanto llevo contado es algún cuento? Eso no, que son hechos confirmados en la historia verídica del tiempo. Los anales lo dicen: los archivos, las crónicas veraces, mamotretos curiosos muy guardados lo confirman: ¡Engañar yo a los hombres!… no por cierto. Y al tratar de rebuznos me expondría a que en cara me echara un majadero: «¡Tú, tú, sí, elogiador de los rebuznos, de dar acabas un rebuzno bueno!» ¡Guarda Pablo! Conozco bien el mundo. Conozco al hombre bien y a los Jumentos. Tampoco ignoro que el hacer justicia es muy propio del hombre cuerdo y recto; y dar al César lo que suyo sea, mi regla ha sido siempre y la venero. Por qué pues al rebuzno, como es justo, no darle lo que es suyo? Así lo he hecho, según me lo ha dictado la justicia, mi instrucción rebuznal y mi talento. Ni cargar mi conciencia yo quisiera, y atraerme tal vez el fuego eterno a causa del rebuzno. No en mis días. Lavabo manus meas. Yo refiero, digo, cuento, relato, expongo, aclaro, señalo, indico, apunto, ordeno, enseño, muestro, arreglo, presento, coordino, patentizo, reúno, manifiesto lo que antes otros enseñado habían, y que es tan sólo… repetirlo debo, que sabido se tenga, y no se olvide ¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!
Yo he probado a priori que el rebuzno (del asnal estoy tratando, por supuesto) considerado reduplicative ut rebuznus borrici, al universo ventajas grandes tiene producidas. Lo demás… no me meto ni por pienso. rebuzne quien quisiere, y cuando guste, en tertulias, conventos o colegios, en estrados, en bancos de la escuela. ¿Qué me importa Rebuzno más o menos? Pero me importa, sí, que sepa el mundo que el Rebuzno no es tal cual le creemos; que a veces el rebuzno es provechoso, útil y conveniente; y en mis versos, inspirado de Apolo, dejo expuestas las pruebas manifiestas de mi aserto.
Que se vean, se piensen, se analicen, que estoy muy bien seguro y satisfecho de que todos entonces una voce Dicentes gritarán a cual más recio (Y acaso rebuznando): Razón tiene El hi… de pu… la tiene, confesemos, en decir, afirmar y repetirnos: «¡Lo que vale un rebuzno dado a tiempo!»
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